Nicolás Báilamelo

Andrea, la madre de Betay, era nuestro cucu, ¡fiscalizaba todo!: El orden de los juguetes, la hora de visitas de los amigos. y sobre todo el ingreso a la despensa donde la fila de tinajas -llenadas  anualmente- con variedad de mermeladas hechas en casa,  invitaban a untar nuestro pan y sacar otros para los amigos. Reforzados con nuestras provisiones, bajábamos las gradas en tropel y con los carrillos llenos, llegábamos a plaza Cochabamba donde esperaba la chiquillería del barrio.


En ese lugar estaba siempre un adorable "loquito", llamado Nicolás Sanz... De quijotesca figura, vestía pulcramente, lucía una gorrita que dejaba ver corto cabello rubio canoso, resaltaban su aguileña nariz y sus profundos ojos azules que miraban para adentro. Se notaba que aprisionado por un cuerpo envejecido, con la columna algo encorvada y la piel arrugada, se manejaba un tierno niño.

Nos cuentan que tenía un espíritu puro, místico, soñaba con ser sacerdote. En el huerto de su casa se los veía caminar debajo de añosos arboles y floridos jardines entonando canciones sacras, llevando en las manos alguna imagen como en una procesión.

Su pasatiempo era confeccionar -mientras silbaba- pequeños cuadritos recortados previamente de estampas y almanaques complementados con adornos de florecitas y papel brillante.

Seguramente plaza Cochabamba era el lugar ideal donde podía encontrar niños "como él". Se ponía frenético cuando muchachos de otras zonas le gritaban "Nicolás báilamelo" frase que lo afectaba al extremo. En cambio por simpatía hacia nosotros o quizás también por el apetitoso pan con dulce, saltaba como pajarito con los brazos doblados hacia arriba pegados al cuerpo moviendo manos y dedos en vuelta y vuelta mirando al infinito.

Estuvimos siempre respetando su singularidad, demostrándole cariño.

Fue un loquito adorable en la tranquila ciudad que nos vio crecer.


María Luisa Zelada de Gantier

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