Teodoro Cueto Peñaranda (Sastre Sacristán)

Así firmaba en todos los documentos que debería acreditar.

Vuelve a mi memoria, la figura delgada de tez pálida de ese hombrecillo hiperactivo que con su entrega a Dios y a los hombres, se convirtió después en el polifacético desconocido por muchos, que quizás no tuvieron tiempo ni interés en verlo y analizar ese heroísmo romántico que con la sencillez y simpleza de las almas extraordinarias, vivió entre nosotros dando un mensaje de heroísmo y amor poco comunes.

Mis papas miembros de la acción católica de La Merced junto a mucha gente, conformaban el grupo responsable que allá por 1945 tomó a su cargo otra reconstrucción del templo (fueron varias desde su fundación).



Esta obra era enorme, empezó con poco dinero que llegaba de diferentes actividades: bazares, rifas, kermeses, actuaciones teatrales, etc. Cuando estos fondos se acababan, una milagrosa donación permitía seguir adelante.

Es en esa época que conocí a Teodoro: limpiando el templo, encendiendo velas, tocando campanas, haciendo citaciones y hasta fungiendo de Secretario de Actas -tenía hermosa caligrafía-. Lo que realmente debíamos ver, se inició cuando dejando La Merced fundó en medio de una pampa -ahora calle Tarija- la escuelita de "Cristo Rey". Con alumnado mixto proveniente de esa zona marginal trabajaba sin descanso, recibía comida que por turno debían llevarle los padres de los alumnos que pagaban además 1Bs si podían.

Teodoro soñaba con una nueva Bolivia. Por su cuenta tomó la responsabilidad de ejecutar un "programa de enseñanza" que se iniciaba con la instrucción religiosa, cívica, matemática y no sé que más; puede que también incursionara en la música ya que de sacristán tocaba el armonio.

Sus alumnos desfilaban en las fiestas patrias procesiones religiosas y alguna vez en días ordinarios. Al son de tambores haciendo "paso de parada" que también seguían las niñas, luciendo los escolares limpios y desproporcionados mandiles que dejaban al descubierto variedad de niveles y colores de ropa.

Era emocionante ver avanzar con paso marcial esos pies desnudos o con gastadas abarcas que con seguridad y firmeza los guiaban. Con la mirada al frente, con los brazos en movimiento rítmico seguían su estandarte de "Cristo Rey" como cruzados en pos de conquista. Así estaban motivados, seguros y orgullosos.

El cuarto que servia de escuela era multifuncional: dormitorio, aula, taller, etc. Apenas había espacio para más. Por ese motivo pedía prestado el patio de casa para los exámenes finales -que deberían ser públicos-.

En las primeras horas del día del examen, se oía a lo lejos los golpes de tambores y aparecía la marcha de escolinos: se abrían puertas y balcones para aplaudirlos con cariño y simpatía.

El jurado acomodado debajo del corredor dirigido por el padre Calvimontes, los esposo Cabrera, los señores Palacios, las señoritas Lora, las señoras Fanny Linares de Arana, Clemencia Fernandez de Córdoba y muchos otros vecinos está listo. Se iniciaba el acto con el himno Nacional luego empezaban las preguntas... ¿Quién quiere contestar?... y -cual granizada en tiempo de calor- se oía yo, yo, yo , todos querían responder. Se lucía el "Ratón", menudo chiquillo vivo cual ninguno... De pronto se oía la pregunta del Profesor:

- Chicos, ¿va a haber otra guerra?
Y en coro respondían:
- Sí, síííí
- ¿Por qué?
- ¡Porque vamos a reconquistar el Litoral!
- Ahora, presenten cuadernos.

Se acercaban de uno en uno a cada miembro del jurado que al felicitar al alumno daba un regalo. La limpieza y caligrafía eran ejemplares ¡ya hubiera querido yo tener uno igual! Ese día tuvimos fiesta en casa. Se comentaba ¿cómo consiguió ese hombre fundar y mantener un establecimiento tal, donde todos esos niños demostraban un entusiasmo y una disciplina sin igual?

Al recordarlo ahora pienso que con la base recibida todos eso niños habrán sido ciudadanos de bien al servicio de la patria. Esta patria que olvidó a un héroe que pasando hambre, frío e indiferencia murió, en la sala segunda del Hospital Santa Bárbara con la única condecoración de una medalla de la Virgen de La Merced en su pecho.



Revisando datos y documentos de la época se ve que las Autoridades Civiles, Religiosas y Educativas permitieron el funcionamiento de este sui generis establecimiento educativo particular e independiente, dedicado a gente proveniente de la zona marginal sin distinción de edad ni sexo.

Su labor fue reconocida también por el Dr. Alberto Arce Torres y familia, propietarios del fundo Las Delicias, donde se le donó 11m2, sitio en que se edificó una sala con fondos del Comité de Reconstrucción en la gestión prefectural de Alfredo Arana en 1950. El Dr. Walter Villafani, Prefecto en 1951, avaló su trabajo. Falleció en 1971 después de un apostolado largo y penoso.

Al recordarlo, rindo mi homenaje de admiración y respeto a ese hombre que, como Teodoro Cueto Peñaranda fue sastre sacristán y formador de hombres.


María Luisa Zelada de Gantier

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